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No soy el unico loco:

jueves, 18 de mayo de 2023

LA SALUD PUBLICA SE MUERE, DESPIERTENSE POR FAVOR

Mi nombre es Juan José Latorre, soy médico recibido en la UNICEN, especializado en Pediatría y actualmente Jefe de Residentes de Pediatría por segundo año consecutivo en el Hospital Interzonal Especializado Materno Infantil Don Victorio Tetamanti de Mar del Plata. Si bien no es una novedad que la crisis constituye una parte indeleble de la idiosincrasia del sistema público, esta vez es más profunda. Estamos fracturados. Durante meses se elevó en reiteradas oportunidades la situación a toda instancia superior. Finalmente entendí. Nadie tiene interés de hacerse cargo de esta crisis.

 

Comencé a ser consciente de la “situación numérica” hospitalaria cuando atravesé la jefatura. Números de guardias, números de médicos, médicos por servicio, cantidad de personal de vacaciones o licencia, médicos próximos a jubilarse, indicador tiempo de atención por paciente, giro-cama. Todos son números. Y cada situación suma o resta. El problema de N es una constante. La falta de recurso humano. Tanto en el sistema de residencias médicas como en el sistema de planta permanente. Menor cantidad a lo óptimo implica peores indicadores. Menor cantidad de médicos por guardia, menor cantidad de médicos por sector, menor capacidad y margen para programar vacaciones y solucionar licencias extraordinarias. “Menor cantidad de cartas”. Nuevamente, cada situación suma o resta.

 

Históricamente fueron los médicos residentes quienes sostuvieron la salud pública. Es una cuestión de contrato y carga horaria. El contrato de 36 horas a la semana de la planta contra el contrato de residentes que en su momento involucraba hasta más de 100 horas semanales de trabajo hospitalario. En ese momento la mayor carga horaria recaía en el sistema de residencias médicas. Aún sigue siéndolo pero en menor medida.

 

En este marco, la lucha de los residentes a nivel país continuaba en pié. Se reclamaba condiciones dignas. Reducción horaria. Aportes previsionales. Mejora salarial. Entre otros derechos. En mi primer ciclo de jefatura comenzamos la redacción de un nuevo reglamento. Dividido en ejes temáticos, se discutía en mesas técnicas con representantes médicos y no médicos. Se planteó la reducción de la guardia de 24 a 12 horas de corrido y mantener la cantidad mensual de 8 guardias.

Es decir, se pretendía pasar de 8 guardias de 24 horas al mes, a 8 guardias de 12 horas. Claro, los médicos a nivel general no se involucran en gestión. No nos interesa ni entendemos. Entonces, durante la redacción, éramos muy pocos los que entendíamos y muchas veces nos tocaba discutir puntos clave y constitucionales del sistema. Discutíamos y por supuesto perdíamos frente a la mayoría.

El reglamento es excelente, que no se malinterprete. Pero en nuestro medio es inaplicable. Se reduce la carga horaria a la mitad de la mayor cantidad del personal hospitalario. Excelentes los derechos laborales, pero hay una cuestión matemática básica. ¿Quién va a cubrir las horas que ya no van a trabajar los residentes? Y este fue apenas uno de los ítems discutidos. El reglamento era tan utópico que temí por su aplicación. Finalmente se elevó al Ministerio el borrador final.

 

Era una obviedad que nadie en su sano juicio firmaría un reglamento así. Un reglamento semejante involucraría el final de la salud pública en contexto de una comunidad profesional que ya no elige al sistema público para desempeñarse asistencialmente. Pero qué pasó. Sin prurito y en el contexto de gobernantes que no tienen calculadora ni analizan balances un día nos despertamos y por motivo de peleas entre provincia y ciudad de Buenos Aires se aprobó el famoso reglamento. Nadie corrigió una coma.

 

Los residentes de provincia saltaban de la alegría, igual que los del gremio quienes aprovechaban el momento para sumar afiliaciones. Las plantas no salían de su asombro. Solo una pequeña minoría simplemente no entendía. A mí me generó un desastre de números en la cabeza.

 

Rápidamente empecé a reprogramar los cronogramas de guardias del mes e hice números. No solo de la parte de la residencia sino de la parte de planta. Por parte de la residencia reestructuramos el horario, se extendió lo asistencial, se establecieron grupos de apoyo en los lugares más desprovistos y generamos un plan de contingencia. A toda la residencia se le pidió el favor de darle tiempo al sistema para la reestructuración de la planta. Pero la euforia “momentista” era insostenible. Salvo contados iluminados, la amplia mayoría quería cambios inmediatos. Y teníamos al gremio que inconscientemente alimentaba ansiedades por detrás. “No es tu problema Juanjo, es problema del director y del sistema de planta” era la respuesta de ellos. Todos festejaban felices como si de un día al otro fuesen a aparecer mágicamente las soluciones y condiciones necesarias para su aplicación. Se necesitaba una transición ordenada de por los menos un par de años. Ir disminuyendo el número de horas de trabajo de residentes a medida que se fortalecía un proyecto de ingreso a planta permanente de médicos que puedan solventar esas horas. Pero como es habitual, no hubo plan.

 

Hay unidades de residencias que eligieron seguir con el antiguo reglamento porque cumplirlo involucraba el cierre del servicio. Efectivamente es inaplicable. Nosotros con mucho esfuerzo acordamos lo siguiente: “haremos unos días más el esquema de 8 guardias de 24 horas y de a poco iremos llegando al objetivo de 8 de 12 horas”. Pero inmediatamente posterior a ese trato hicieron aparición histórica en el hospital referentes disciplinares de la residencia a nivel provincial a decirnos que la implementación era ayer, no mañana. “¿Cómo que transición progresiva? ¿Quieren tener problemas con el Gobernador y con Ministerio?”. Desesperadamente les mostraba números: esquema de guardias, esquemas de personal por área. Era como hablar con una estatua. Respondía con magia a los argumentos numéricos. NO DAN LOS NÚMEROS. “Juanjo estás muy negativo, los residentes no pueden escucharte decir estas cosas porque se van a querer ir del hospital”. No es una cuestión de negatividad, de ideología política o de humor. ¡Son números!

Horas posteriores hicieron acto de presencia los dirigentes de la Sociedad Argentina de Pediatría a nivel nacional. ¿Qué aportaron? Más presión y magia. Los residentes saltaban extasiados y agradecidos. ¡Que se implemente ya! Se implementó.

 

Esto que relato ocurrió en noviembre-diciembre del 2022. Había una realidad, todos estaban contentos menos una pequeña minoría. Decidí dudar de mi propio criterio y dejar pasar el tiempo. Pero lamentablemente duró poco el jolgorio y en paralelo comenzaron las “sorpresas”. “No se puede trabajar así”, “que alguien haga algo por favor”. Profesionales llorando. Licencias por estrés laboral. Amenazas de renuncia. Reuniones y asambleas gremiales y no gremiales. La situación nos pasó por encima.

 

Los médicos que nos desempeñamos en el hospital lo hacemos porque lo amamos. Somos “intrahospitalarios” y nos llena de orgullo. Es habitual escuchar que la gente dice “el materno es lo mejor que hay”. Hoy nos duele el corazón. Creemos en la salud pública digna por eso seguimos. Pero esto ya no es la salud pública como la conocimos. Es más bien un relato fantasioso que constantemente compromete un poquito más su calidad de atención. Y en silencio los que trabajamos dentro nos estamos desinflando y agotando. Estamos implosionando.

Hace unas semanas le pregunté a un médico de la gestión: ¿Cuánto falta para que alguien le ponga un freno a esto? Su respuesta fue tajante: “el freno es de abajo hacia arriba, no esperes un freno de arriba”. Esas palabras me despertaron y me dieron fuerza. Basta.

 

Este problema es común al sistema de residencias y el sistema de planta permanente, de todas las profesiones de salud. Hace foco en algunas especialidades críticas, en nuestro caso la pediatría. Hay una situación similar en el Hospital Interzonal Dr. José Penna de Bahía Blanca que cerró hace unas semanas su guardia de demanda espontánea de pediatría. También el Hospital Sor María Ludovica de La Plata. Hospital provincial de referencia que se vió obligado a reducir el 40% de sus camas de internación. Hace un mes publicaron una solicitada en un diario local “el hospital de niños agoniza”. Le pedían al Sr. gobernador Kicillof y al Ministro de Salud Kreplak que los reciban. Sin obtener respuestas decidieron avanzar y comenzaron a hablar en los noticieros nacionales.

Finalmente el Gobernador y el Ministro anunciaron medidas: plus salarial, becas, bonificación del título universitario y puestos garantizados en planta para residentes; y para los plantas: aumento salarial y el puesto de 48 horas con dedicación exclusiva. “Hoy estamos dando un paso cuyos frutos se van a observar en los próximos años”. Es tal la desconexión con la realidad que lo anunciaban como gran solución. Ya en esta instancia no se pueden pensar soluciones a futuro. El incendio es hoy. Se necesita agua hoy.

A los días los profesionales del Ludovica redoblaron el pedido de auxilio, enviaron una carta abierta: “Necesitamos el apoyo de la provincia, necesitamos de su presencia. Necesitamos que nos reciba”. Valientes son los que se animan a hablar en este contexto. Teniendo en cuenta que los que gobiernan DICEN una cosa en su relato oficial, pero lo que HACEN es anti salud pública y atenta contra la vida de los pacientes. Es valentía pero también es integridad y actitud de defensa. Es valentía pero también son principios. Principios que hoy tanto escasean.

Nosotros en Mar del Plata al ser el único hospital pediátrico de la ciudad, no podemos tomar las medidas de reducir camas o cerrar guardias. Y tenemos tan dividido el sistema político de salud entre provincia y municipio que es imposible el simple hecho de sentarse a plantear soluciones articuladas para nuestra población en común. Otra no sorpresa, la política complica más de lo que facilita. Qué gran cáncer es la política en Argentina. Lo repito. ¡Qué gran cáncer es la política en Argentina!

 

Esto se convirtió en un dilema ético que pocos se animan a hablar. Y es claro el desinterés por sincerar la situación. Se prefiere mantener el circo.

Pero todo tiene un límite y afortunadamente fui capaz de encontrar el mío. Decidí finalizar mi compromiso con el hospital. Continuar involucra comprometer lo que juré al recibirme de médico. Me niego a ir en contra de eso.

Enlutado reflexiono, ¿Hay algún adulto responsable en la dirección del sistema de residencias? ¿Hay algún adulto responsable en Ministerio? ¿Hay algún adulto responsable en la gobernación? ¿Hay algún adulto responsable dirigiendo la salud pública argentina?

 

La salud pública se muere. Pedí auxilio durante mucho tiempo. Hoy ya no pido más nada.

MUERO DE PIE, NUNCA ARRODILLADO

 12 de Mayo de 2023, Mar del Plata

Hospital Especializado Materno Infantil Don Victorio Tetamanti



A los médicos residentes

A Instructoría de Pediatría, Dra. Campos, Dra. García, Dra. Gimenez

Al Departamento de Docencia e Investigación, Dra. Rasse

A las Jefas de Sala, Dra. Baltar, Dra. Casanova, Dra. Albaitero, Dra. Ciriaci, Dra. Murray

Al Jefe de Pediatría, Dr. Merodio

Al Jefe de Emergencias, Dr. Irigoin

Al Departamento de Recursos Humanos


Al Sr. Director, Dr. Casarsa:



Por medio de la presente, comunico mi decisión de renunciar al cargo de Jefe de Residentes ciclo 2022-2023. El motivo es un profundo desacuerdo con la dirigencia del Sistema de Residencias Provincial y la dirigencia del Ministerio de Salud y Gobernación Provincial. Tengo diferencias con sus medidas que considero atentan contra la salud pública y contra la vida de los pacientes. Informé de la situación crítica en reiteradas oportunidades. Pedí ayuda. Sigo sin recibir respuestas. Di lo mejor de mí cada día hasta el último día. Continuar involucra quebrarme. 


Deseo con el corazón estar equivocado y que la salud pública siga en pié cada vez más firme y robusta. Tristemente anticipo lo contrario.


Estaré eternamente agradecido por la formación, el crecimiento, los espacios, el apoyo, el reconocimiento, la valoración, el respeto y las luchas comunes. Me brindé hasta el cansancio. Este hospital fue mi hogar durante 6 años y permanecerá por siempre en mi alma. 


Me despido con mucho dolor.



Latorre Juan José

FRAGMENTO DE MI PROYECTO DE SEGUNDA JEFATURA DE RESIDENTES

AGOSTO/22


Están siendo años difíciles. El ciclo pasado fue de trabajo arduo junto a 4 jefes de residentes, con quienes reconstruimos una estructura sólida tanto académica como de contención para los residentes.

Toda estructura necesita de inversión para su mantención. Si uno no invierte “el barco se hunde”. Para que una residencia funcione se necesita de personas que inviertan años de su vida en ese proyecto. Lamentablemente lo que escasea es el deseo de compromiso y profesionales altruistas. El hedonismo predominante nubla la virtud del esfuerzo, del “hacer carrera”, del sacrificio y su consiguiente sentimiento de realización personal. Pareciera que los profesionales solo se centran en lo negativo y eso inevitablemente decolora la belleza de la profesión y también de la vida hospitalario. Tristemente todo aquello que no causa bienestar instantáneo es menospreciado. Con mucha preocupación veo que la salud argentina está en crisis.

El conflicto de base es moral. Una audaz minoría intenta sostener y elevar los estándares. Pero incluso ellos se cansan. La corrupción que contamina nuestro país también contamina nuestra profesión.

Cada vez menos médicos eligen las residencias médicas, y sobre todo las residencias clínicas, como sistema para continuar su formación. Cada vez menos pediatras eligen el sistema público para servir y hacer carrera. La sociedad médica actual mayoritariamente busca el beneficio personal con el menor sacrificio posible sin dejarse afectar por variables nobles como lo son: el bienestar del prójimo, la formación académica, la calidad de atención. Nunca se nos inculca el sentido de gratitud para con el país. Gratitud por la formación recibida, gratitud por el ser útil hacia un otro. Tenemos derecho a la educación, pero no la obligación de retribuir con servicio. A la vista están los resultados.

 

Luego de un año de gestión he perdido gran parte del optimismo con el cual comencé el mismo. Inicié creyendo que con compromiso individual y con estrategias creativas el sistema podría cambiar y mejorar. Ahora entiendo que el sistema no depende de una sola persona. Uno puede cambiar su mundo individual, en el mejor de los casos puede mejorar desde lo micro el campo laboral que está por debajo de su propia jerarquía; pero nunca el sistema entero.

 

Toda la vida fui un luchador y un gran resiliente. Me considero un defensor de la libertad individual con todo lo que implica y siento como enemigo personal el concepto de “mayoría”, el pensamiento de masa y el moverse en grupo. Soy un fiel defensor del individualismo. Pese a esto decidí aventurarme primero a la realización de una residencia médica y luego en el proyecto del año de jefatura. No me sorprendió volver a reafirmar mis principios basales. Paradójicamente tampoco me sorprende mi deseo de renovar mi compromiso con este proyecto aún más ambicioso. Entiendo que un año de gestión no fue suficiente y que los cambios se hacen posibles únicamente cuando uno se involucra en la gestión, no en las charlas de café con panel de opinólogos.

Este compromiso que siento implica cuidar todo aquello que mi jefatura primera construyó. Uno elige la profesión médica porque entiende que significa cuidar y acompañar. No elige la profesión porque desea dinero y fama o por necesidad de poder. En esta oportunidad mi deseo es cuidar lo construido y acompañar a los residentes un año más. Ante la gran necesidad de médicos pediatras que asuman la jefatura, me postulo como candidato. Sabiendo que esto implica posponer un año más el inicio de mi vida profesional fuera de la residencia. Sabiendo que un solo jefe no puede más que paliar el deterioro.

Me considero parte de la resistencia moral y ética de nuestra profesión. Aquella resistencia que pretende la utopía, que trabaja por subir los estándares y “cuidar lo propio”. Soy realista también. Un trabajo de semejante envergadura, ser jefe de 50 médicos residentes es trabajo de 5 personas. Asumir el compromiso siendo uno solo será muy difícil. Tengo claros mis objetivos y mi límite, mi salud mental.

lunes, 22 de noviembre de 2021

FINAL DE GUERRA II

 De guardia hasta el último minuto de residencia. Se terminó. Por fin llegó el final. Se terminaron los abusos, se terminó la esclavitud. Se abren las puertas de la celda. Por primera vez en años siento libertad.


Pocos entienden lo que se vive en estos cuatro años de formación dentro de un hospital. No sé cuántas vidas se viven durante la residencia, pero si sé que en un solo día uno recibe vida y también ve partir. Los dos extremos de la vida y todas las crisis vitales en 24 horas y de ambo. Nunca vi un grupo humano trabajando a este ritmo y con problemas de tanta magnitud.
Orgulloso estoy del sacrificio, orgulloso estoy de haber logrado algo que muy pocas personas podrían soportar. La exigencia, el dinamismo, el mantenerse inmutable cuando frente a vos un ser se desmorona. Seguir trabajando sin dejarse afectar por el cansancio o el estrés. Por otro lado se hace muy difícil permanecer y resistir dentro de un sistema donde todo acto de autocuidado, de autoprotección, todo acto que implique ponerle un límite al abuso es tomado como sinónimo de mal compañerismo, de falta de vocación y condenado por pares. La única forma de no tener problemas es dejar que te pisoteen. Uno no es libre de programar un fin de semana lejos del trabajo, de programar con anticipación el mes, uno no es libre de disponer de su propio tiempo. ¿Cómo se sobrevive humano al hospital? ¿Cómo se permanece sensible pese al veneno del sistema?

Personalmente todo lo pude. Infinitas guardias de 24 horas cada 24 horas, 48-72 horas de corrido de trabajo, 30 guardias de 12 horas en un único mes. Nadie puede decir que me cuesta "agarrar" la pala o que trabajo poco. Aprecio mucho el trabajo y aprecio mucho el cansancio.

La residencia resulta siendo una guerra, no una guerra contra el sistema sino contra uno mismo. Uno aprende a renunciar al yo, a dejar sus libertades y derechos de lado, a dar y servir incluso cuando ya no quedan fuerzas. Sólo se tiene derecho a renunciar y es así que uno le permite a "la corporación" que "forje" tu vocación.

 

Agradezco al cielo el haber elegido una profesión que me mantuvo cerca del suelo, cerca de lo sensible. Trabajar con niños me salvó. Este edificio está lleno de luz porque los niños también lo están; una luz que trasciende la miseria de la adultez y que, si uno sabe apreciarla, te sana.

No deja de sorprenderme el hecho de que aquellos que tienen la suerte de elegir y ejercer una profesión resulten ser personas que se aproximan más a la amargura, el hartazgo y la frustración que al sentimiento de realización y estado de plenitud. Es evidente que algo malo pasa en el medio. El sistema indudablemente termina corroyendo el deseo, la vocación y los ideales de cada individuo. La masa es un monstruo que corrompe. “La mayoría” como grupo imaginario o concepto filosófico es el gran elefante blanco que pisa la iniciativa individual y obliga a nivelar hacia abajo. Dentro del grupo nunca ví que se pelearan por trabajar de más, siempre lo fue con el objetivo de hacer un poco menos. Muy diferente fue cuando volví a percibirme como individuo independiente del grupo; ahí fue donde encontré la fuente de motivación para hacer de más y no de menos, y no dejarme afectar por las avivadas de los demás.
No es extraño ver cómo los profesionales están más llenos de miedo que ganas, más llenos de miseria que gratitud, más llenos de quejas que propuestas. No me extraña que la salud esté viviendo la crisis en la cual se encuentra. Ya desde la facultad nos forman para competir, no para construir y trabajar en equipo. No es difícil darse cuenta que la verdadera crisis es de pertenencia.

 

Más allá del carajo de la adultez, reconozco y agradezco que este hospital me dio mucho. Me dio en su justa medida frustraciones y satisfacciones, derrotas y logros, silencios y palabras justas, ahogos y respiros. Mucha gente dentro de este hospital me enseñó la profesión de pediatra y unos pocos me enseñaron el oficio de serlo. Porque no todo está en los libros.
Este lugar fue mi hogar y unos pocos fueron mi familia. Nunca me quejé del laburo, al contrario, trabajé incluso estando enfermo, sintiéndome señalado y en muy malos momentos. Hay poder y dignidad en el trabajo y en el resistir. Cuando uno tiene la actitud del “yo puedo” cada vez puede más y se conecta con personas que están en la misma sintonía.
Siento mucha gratitud hacia esta residencia y este hospital que me formó y sacó lo mejor de mí. Gracias a esos médicos que apuestan por la docencia y la formación de nuevos profesionales, claro está que la docencia es un acto puramente altruista y desinteresado.
Después de esta larga guerra digo a viva voz: ¡ganó mi niño interior! Fortalecí mi amor por la pediatría y terminé feliz. Buen final de guerra.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

FRAGMENTO DE MI PROYECTO DE JEFATURA DE RESIDENTES

Con mucho pesar veo en la comunidad médica un grupo de profesionales muy instruidos, pero poco capacitados en trabajo en equipo con pocas herramientas comunicacionales y poco sentido de pertenencia y del cuidado de pares.

Tal vez por falencias de la facultad, tal vez por malentender el ser competente, o tal vez por el intento desmedido en ocultar el propio fracaso es que a lo largo de la carrera y la vida profesional paulatinamente uno compromete sus ideales y espíritu de servicio en detrimento de la calidad de vida del profesional mismo.

Sospecho que algo no funciona correctamente en el camino de formación. Algún error se debe estar cometiendo en el proceso de desarrollo de personas que eligen una profesión por deseo propio y también una especialidad, y terminan desempeñándola sin que les produzca felicidad y satisfacción. Invocando al pensamiento de Sarmiento: “todos los problemas son problemas de educación” es que afirmo que el problema está en el recorrido de formación de profesionales.

En la práctica diaria puedo afirmar que el modelo que uno más ve y por imitación le es más fácil copiar es el modelo de la queja y las no propuestas, el de la opinión sin acción, el de la crítica sin amor y el de los resultados sin sacrificio. Y una vez que uno cae en ese modelo es muy difícil salir de él.

 

Por supuesto que este es un problema muy general, casi inherente a la raza humana, invisible pero muy presente en la realidad de todo profesional. Pero no por eso menor. La medicina está en crisis porque vemos a la profesión como una excusa para recibir beneficios con poco sacrificio en vez de ver en ella una vocación de servicio que sirve al medio donde nos desempeñamos.

martes, 30 de marzo de 2021

LA PEOR DE LAS INCAPACIDADES

Hoy llego a la conclusión de que no importa qué título tengamos, a dónde hayamos llegado, lo mucho o poco que tengamos, todos los viajes que hayamos hecho, los idiomas diferentes que podamos hablar, la personalidad que tengamos, más o menos extrovertida; lo que sí importa, lo que sí hace la diferencia es nuestra capacidad de amar.

Poco amor hay en el mundo. Y no hablo del amor banal y efervescente, sino del que es resistente y duradero.

Pocos hay que aman aun cuando duele, los que aman sin envidia, sin exageración, los que aman y renuncian a lo indebido. Los que aman de forma tal que cuidan y respetan. Los que aman sin buscar su propia conveniencia. Los que aman con integridad, sin mentiras. Los que aman para siempre. Porque un sentimiento que desaparece en realidad nunca existió.

 

La peor de todas las incapacidades, más que cualquier discapacidad física, más que cualquier discapacidad intelectual, es la incapacidad de amar.

jueves, 7 de enero de 2021

INDIVIDUO VS MASA

No es una novedad el hecho de que me siento privado de mis libertades individuales desde mi ingreso al sistema de residencias médicas. La única libertad que tengo es la de renunciar, el resto de derechos no existe. Uno no tiene permitido siquiera organizar su mes con anticipación. Qué difícil me resulta entender la dinámica de un grupo y sus códigos, y sobre todo a mí que siempre decidí mi vida en función de mí mismo, sin ataduras sociales.

 

Después de trés años completos de residencia puedo notar con sorpresa que el grupo (o la masa) manifiesta una clara personalidad. Es decir, cada individuo por sí mismo es querible, entendible y abordable a la hora de conversar; pero a la hora de hablar del grupo en su conjunto, las características que daría serían: ventajero, obsecuente, holgazán, cizañero y poco indulgente. Me llama poderosamente la atención cómo es que un grupo compuesto por personas que no poseen tales características, al juntarse en masa las adquieran.

 

Así es como entendí que no puedo ser en la masa lo que soy en mi individualidad. Entendí que mi filosofía de no recurrir a la queja, de mantener el buen humor como una constante, de tener ganas inagotables de trabajar, la buena predisposición permanente, de siempre poder y cada vez poder más, de estar lleno de “síes”, de no importarme por los roles sino “tomar la pala” indistintamente, de centrarme en lo positivo, de sobreponerme a la adversidad, la actitud de resiliencia, el estado mental de siempre probar mis límites y exigirme más; todas esas cualidades que considero excelentísimas se convierten en auto destructivas cuando entro a la dinámica grupal. La realidad es que dentro de un grupo laboral, el que más se queja mejor la pasa, el que menos ganas tiene de trabajar es el que obtiene la misma remuneración que el resto por el mínimo esfuerzo, el más malgeniado y verticalista es el menos consultado por sus colegas y por lo tanto menos sobrecargado de trabajo, el que nunca puede es justamente el que menos favores le hace a los demás, y lo cierto es que al menos laburador más se lo tiene que ayudar. Y por lo contrario, al que siempre está dispuesto a ayudar menos se le valora el esfuerzo, al que puede mucho y es menos problemático menos se lo asiste, al más trabajador menos se lo remunera en función de su esfuerzo. Esa es la realidad laboral de los grupos de trabajo.

 

Recuerdo que cuando estudiaba en la facultad me causó una conmoción importante el darme cuenta de que los adultos también sentían miedo. Veía como las autoridades de la facultad le temían a una profesora muy prestigiosa y severa. Ahora en mi vida laboral, en el hospital, me provocó una conmoción similar el entender que los adultos también se cansan; la gente que tienen alrededor logra cansarlos.

 

Hace poco empecé a ver el juego de personajes que implica mi yo individual en contraposición a un nuevo yo, el yo grupal. Hace años vengo aprendiendo en las clases de teatro que cada uno tiene muchas máscaras, por ejemplo: la máscara profesional, la máscara familiar, la máscara que una usa con sus amigos, etcétera. Entonces hace no mucho tiempo entendí que necesitaba imperiosamente, por una cuestión de salud mental, una máscara para usar dentro del grupo.

Siempre estoy en guerra contra la masa y esa es mi lucha individual constante. Pero a la hora de pensar en mi nueva máscara, mi máscara grupal, necesito imprimirle ciertas características “bajas” (digo bajas porque había logrado erradicarlas de mi personalidad gracias a terapia psicológica). Características retrógradas que van en pos de la involución. Esta máscara debe quejarse, debe ser menos predispuesta, debe tener el no fácil y el sí difícil, debe ser más serio y sonreír menos, debe poner límites constantemente, debe hablar bruscamente y por momentos elevando el volumen. Debe tener características que no me caracterizan. Yo no soy así pero la masa lo exige; la masa, aquel ente que todo lo corrompe, que todo lo percute. No quiero ser así pero como un mecanismo de defensa y de auto protección necesito parecerme a esa máscara, aunque sea intentándolo desde lo lúdico de la actuación. No me gusta esa máscara pero es la única forma de evitar el abuso y el atropello. De todos modos todavía no logro apropiarme de ella.

 

Claro que no es una victoria de la masa, sino más bien una licencia de lo individual. Aunque siento que en algún punto se ve dañada la integridad. ¿Dónde quedan los ideales? ¿Dónde queda la merito? ¿Dónde queda la superación y el esfuerzo? En lo individual. Si bien los principios no se quebrantan en ningún ámbito, los valores e ideales queda demostrado que sí, se cansan, se agotan.