No es una novedad el
hecho de que me siento privado de mis libertades individuales desde mi ingreso
al sistema de residencias médicas. La única libertad que tengo es la de
renunciar, el resto de derechos no existe. Uno no tiene permitido siquiera
organizar su mes con anticipación. Qué difícil me resulta entender la dinámica
de un grupo y sus códigos, y sobre todo a mí que siempre decidí mi vida en
función de mí mismo, sin ataduras sociales.
Después de trés años
completos de residencia puedo notar con sorpresa que el grupo (o la masa)
manifiesta una clara personalidad. Es decir, cada individuo por sí mismo es
querible, entendible y abordable a la hora de conversar; pero a la hora de
hablar del grupo en su conjunto, las características que daría serían:
ventajero, obsecuente, holgazán, cizañero y poco indulgente. Me llama
poderosamente la atención cómo es que un grupo compuesto por personas que no
poseen tales características, al juntarse en masa las adquieran.
Así es como entendí
que no puedo ser en la masa lo que soy en mi individualidad. Entendí que mi
filosofía de no recurrir a la queja, de mantener el buen humor como una
constante, de tener ganas inagotables de trabajar, la buena predisposición
permanente, de siempre poder y cada vez poder más, de estar lleno de “síes”, de
no importarme por los roles sino “tomar la pala” indistintamente, de centrarme
en lo positivo, de sobreponerme a la adversidad, la actitud de resiliencia, el
estado mental de siempre probar mis límites y exigirme más; todas esas
cualidades que considero excelentísimas se convierten en auto destructivas
cuando entro a la dinámica grupal. La realidad es que dentro de un grupo
laboral, el que más se queja mejor la pasa, el que menos ganas tiene de
trabajar es el que obtiene la misma remuneración que el resto por el mínimo
esfuerzo, el más malgeniado y verticalista es el menos consultado por sus
colegas y por lo tanto menos sobrecargado de trabajo, el que nunca puede es
justamente el que menos favores le hace a los demás, y lo cierto es que al menos
laburador más se lo tiene que ayudar. Y por lo contrario, al que siempre está
dispuesto a ayudar menos se le valora el esfuerzo, al que puede mucho y es
menos problemático menos se lo asiste, al más trabajador menos se lo remunera
en función de su esfuerzo. Esa es la realidad laboral de los grupos de trabajo.
Recuerdo que cuando
estudiaba en la facultad me causó una conmoción importante el darme cuenta de
que los adultos también sentían miedo. Veía como las autoridades de la facultad
le temían a una profesora muy prestigiosa y severa. Ahora en mi vida laboral,
en el hospital, me provocó una conmoción similar el entender que los adultos
también se cansan; la gente que tienen alrededor logra cansarlos.
Hace poco empecé a
ver el juego de personajes que implica mi yo individual en contraposición a un
nuevo yo, el yo grupal. Hace años vengo aprendiendo en las clases de teatro que
cada uno tiene muchas máscaras, por ejemplo: la máscara profesional, la máscara
familiar, la máscara que una usa con sus amigos, etcétera. Entonces hace no
mucho tiempo entendí que necesitaba imperiosamente, por una cuestión de salud
mental, una máscara para usar dentro del grupo.
Siempre estoy en
guerra contra la masa y esa es mi lucha individual constante. Pero a la hora de
pensar en mi nueva máscara, mi máscara grupal, necesito imprimirle ciertas
características “bajas” (digo bajas porque había logrado erradicarlas de mi
personalidad gracias a terapia psicológica). Características retrógradas que
van en pos de la involución. Esta máscara debe quejarse, debe ser menos
predispuesta, debe tener el no fácil y el sí difícil, debe ser más serio y
sonreír menos, debe poner límites constantemente, debe hablar bruscamente y por
momentos elevando el volumen. Debe tener características que no me
caracterizan. Yo no soy así pero la masa lo exige; la masa, aquel ente que todo
lo corrompe, que todo lo percute. No quiero ser así pero como un mecanismo de
defensa y de auto protección necesito parecerme a esa máscara, aunque sea
intentándolo desde lo lúdico de la actuación. No me gusta esa máscara pero es
la única forma de evitar el abuso y el atropello. De todos modos todavía no
logro apropiarme de ella.
Claro que no es una victoria de la masa, sino más bien una licencia de lo individual. Aunque siento que en algún punto se ve dañada la integridad. ¿Dónde quedan los ideales? ¿Dónde queda la merito? ¿Dónde queda la superación y el esfuerzo? En lo individual. Si bien los principios no se quebrantan en ningún ámbito, los valores e ideales queda demostrado que sí, se cansan, se agotan.
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