Todos
se llenan la boca hablando de pensar en grande pero nadie te cuenta la otra
cara.
Acostumbrado
a pensar en grande adquirí la tendencia de proyectar en grande, es decir…
Si
me invitan a una fiesta que “la va a romper” pienso en un super salón, con DJs,
iluminación y efectos como humo, música copada, un mar de gente, alguna
proyección audiovisual continua, cotillón y conceptos claros en la dirección de
arte de la misma.
Entonces,
llegás a las fiesta y resulta que en realidad “la fiesta que la va a romper” es
en el zoom de la facu, con la misma música que hace años venís escuchando, con
luces onda: -“compré esta bola de luces que tira distintos colores en el
cotillón de la esquina”, con una barra que te sirve 4 tragos distintos, y que
“se mataron con la decoración” poniendo una especie de “guirnalditas” colgadas
del techo.
Todo
bien, le pongo onda… pero no me vendas esta pedorrada como “una fiesta que la
rompe”. ¿Sabés la noche que te hace falta para saber qué es una “fiesta que la
rompe”? Y no necesariamente estamos hablando de desembolsar mucha plata.
Esta
es la otra cara de pensar en grande, un bajón. Vivís desilusionándote de todo.
Y
por otro lado, cuando a uno le toca hacer algo, lo “piensa en grande” y se
esfuerza hasta la estupidez por algo que la mayoría ni lo va a valorar e
incluso muchos van a criticar; entonces te inunda la furia y querés matar a
todos.
Llegué
a la conclusión de que no tenés que proyectar nada porque vivís agarrándote la
cabeza. Y si hacés algo vos que está bueno no tenés que esperar ningún “-Te
felicito por esto que hiciste, está buenísimo” sino más bien todo lo contrario.
Mal
paridos todos, esa es la conclusión.
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