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No soy el unico loco:

lunes, 22 de noviembre de 2021

FINAL DE GUERRA II

 De guardia hasta el último minuto de residencia. Se terminó. Por fin llegó el final. Se terminaron los abusos, se terminó la esclavitud. Se abren las puertas de la celda. Por primera vez en años siento libertad.


Pocos entienden lo que se vive en estos cuatro años de formación dentro de un hospital. No sé cuántas vidas se viven durante la residencia, pero si sé que en un solo día uno recibe vida y también ve partir. Los dos extremos de la vida y todas las crisis vitales en 24 horas y de ambo. Nunca vi un grupo humano trabajando a este ritmo y con problemas de tanta magnitud.
Orgulloso estoy del sacrificio, orgulloso estoy de haber logrado algo que muy pocas personas podrían soportar. La exigencia, el dinamismo, el mantenerse inmutable cuando frente a vos un ser se desmorona. Seguir trabajando sin dejarse afectar por el cansancio o el estrés. Por otro lado se hace muy difícil permanecer y resistir dentro de un sistema donde todo acto de autocuidado, de autoprotección, todo acto que implique ponerle un límite al abuso es tomado como sinónimo de mal compañerismo, de falta de vocación y condenado por pares. La única forma de no tener problemas es dejar que te pisoteen. Uno no es libre de programar un fin de semana lejos del trabajo, de programar con anticipación el mes, uno no es libre de disponer de su propio tiempo. ¿Cómo se sobrevive humano al hospital? ¿Cómo se permanece sensible pese al veneno del sistema?

Personalmente todo lo pude. Infinitas guardias de 24 horas cada 24 horas, 48-72 horas de corrido de trabajo, 30 guardias de 12 horas en un único mes. Nadie puede decir que me cuesta "agarrar" la pala o que trabajo poco. Aprecio mucho el trabajo y aprecio mucho el cansancio.

La residencia resulta siendo una guerra, no una guerra contra el sistema sino contra uno mismo. Uno aprende a renunciar al yo, a dejar sus libertades y derechos de lado, a dar y servir incluso cuando ya no quedan fuerzas. Sólo se tiene derecho a renunciar y es así que uno le permite a "la corporación" que "forje" tu vocación.

 

Agradezco al cielo el haber elegido una profesión que me mantuvo cerca del suelo, cerca de lo sensible. Trabajar con niños me salvó. Este edificio está lleno de luz porque los niños también lo están; una luz que trasciende la miseria de la adultez y que, si uno sabe apreciarla, te sana.

No deja de sorprenderme el hecho de que aquellos que tienen la suerte de elegir y ejercer una profesión resulten ser personas que se aproximan más a la amargura, el hartazgo y la frustración que al sentimiento de realización y estado de plenitud. Es evidente que algo malo pasa en el medio. El sistema indudablemente termina corroyendo el deseo, la vocación y los ideales de cada individuo. La masa es un monstruo que corrompe. “La mayoría” como grupo imaginario o concepto filosófico es el gran elefante blanco que pisa la iniciativa individual y obliga a nivelar hacia abajo. Dentro del grupo nunca ví que se pelearan por trabajar de más, siempre lo fue con el objetivo de hacer un poco menos. Muy diferente fue cuando volví a percibirme como individuo independiente del grupo; ahí fue donde encontré la fuente de motivación para hacer de más y no de menos, y no dejarme afectar por las avivadas de los demás.
No es extraño ver cómo los profesionales están más llenos de miedo que ganas, más llenos de miseria que gratitud, más llenos de quejas que propuestas. No me extraña que la salud esté viviendo la crisis en la cual se encuentra. Ya desde la facultad nos forman para competir, no para construir y trabajar en equipo. No es difícil darse cuenta que la verdadera crisis es de pertenencia.

 

Más allá del carajo de la adultez, reconozco y agradezco que este hospital me dio mucho. Me dio en su justa medida frustraciones y satisfacciones, derrotas y logros, silencios y palabras justas, ahogos y respiros. Mucha gente dentro de este hospital me enseñó la profesión de pediatra y unos pocos me enseñaron el oficio de serlo. Porque no todo está en los libros.
Este lugar fue mi hogar y unos pocos fueron mi familia. Nunca me quejé del laburo, al contrario, trabajé incluso estando enfermo, sintiéndome señalado y en muy malos momentos. Hay poder y dignidad en el trabajo y en el resistir. Cuando uno tiene la actitud del “yo puedo” cada vez puede más y se conecta con personas que están en la misma sintonía.
Siento mucha gratitud hacia esta residencia y este hospital que me formó y sacó lo mejor de mí. Gracias a esos médicos que apuestan por la docencia y la formación de nuevos profesionales, claro está que la docencia es un acto puramente altruista y desinteresado.
Después de esta larga guerra digo a viva voz: ¡ganó mi niño interior! Fortalecí mi amor por la pediatría y terminé feliz. Buen final de guerra.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

FRAGMENTO DE MI PROYECTO DE JEFATURA DE RESIDENTES

Con mucho pesar veo en la comunidad médica un grupo de profesionales muy instruidos, pero poco capacitados en trabajo en equipo con pocas herramientas comunicacionales y poco sentido de pertenencia y del cuidado de pares.

Tal vez por falencias de la facultad, tal vez por malentender el ser competente, o tal vez por el intento desmedido en ocultar el propio fracaso es que a lo largo de la carrera y la vida profesional paulatinamente uno compromete sus ideales y espíritu de servicio en detrimento de la calidad de vida del profesional mismo.

Sospecho que algo no funciona correctamente en el camino de formación. Algún error se debe estar cometiendo en el proceso de desarrollo de personas que eligen una profesión por deseo propio y también una especialidad, y terminan desempeñándola sin que les produzca felicidad y satisfacción. Invocando al pensamiento de Sarmiento: “todos los problemas son problemas de educación” es que afirmo que el problema está en el recorrido de formación de profesionales.

En la práctica diaria puedo afirmar que el modelo que uno más ve y por imitación le es más fácil copiar es el modelo de la queja y las no propuestas, el de la opinión sin acción, el de la crítica sin amor y el de los resultados sin sacrificio. Y una vez que uno cae en ese modelo es muy difícil salir de él.

 

Por supuesto que este es un problema muy general, casi inherente a la raza humana, invisible pero muy presente en la realidad de todo profesional. Pero no por eso menor. La medicina está en crisis porque vemos a la profesión como una excusa para recibir beneficios con poco sacrificio en vez de ver en ella una vocación de servicio que sirve al medio donde nos desempeñamos.

martes, 30 de marzo de 2021

LA PEOR DE LAS INCAPACIDADES

Hoy llego a la conclusión de que no importa qué título tengamos, a dónde hayamos llegado, lo mucho o poco que tengamos, todos los viajes que hayamos hecho, los idiomas diferentes que podamos hablar, la personalidad que tengamos, más o menos extrovertida; lo que sí importa, lo que sí hace la diferencia es nuestra capacidad de amar.

Poco amor hay en el mundo. Y no hablo del amor banal y efervescente, sino del que es resistente y duradero.

Pocos hay que aman aun cuando duele, los que aman sin envidia, sin exageración, los que aman y renuncian a lo indebido. Los que aman de forma tal que cuidan y respetan. Los que aman sin buscar su propia conveniencia. Los que aman con integridad, sin mentiras. Los que aman para siempre. Porque un sentimiento que desaparece en realidad nunca existió.

 

La peor de todas las incapacidades, más que cualquier discapacidad física, más que cualquier discapacidad intelectual, es la incapacidad de amar.

jueves, 7 de enero de 2021

INDIVIDUO VS MASA

No es una novedad el hecho de que me siento privado de mis libertades individuales desde mi ingreso al sistema de residencias médicas. La única libertad que tengo es la de renunciar, el resto de derechos no existe. Uno no tiene permitido siquiera organizar su mes con anticipación. Qué difícil me resulta entender la dinámica de un grupo y sus códigos, y sobre todo a mí que siempre decidí mi vida en función de mí mismo, sin ataduras sociales.

 

Después de trés años completos de residencia puedo notar con sorpresa que el grupo (o la masa) manifiesta una clara personalidad. Es decir, cada individuo por sí mismo es querible, entendible y abordable a la hora de conversar; pero a la hora de hablar del grupo en su conjunto, las características que daría serían: ventajero, obsecuente, holgazán, cizañero y poco indulgente. Me llama poderosamente la atención cómo es que un grupo compuesto por personas que no poseen tales características, al juntarse en masa las adquieran.

 

Así es como entendí que no puedo ser en la masa lo que soy en mi individualidad. Entendí que mi filosofía de no recurrir a la queja, de mantener el buen humor como una constante, de tener ganas inagotables de trabajar, la buena predisposición permanente, de siempre poder y cada vez poder más, de estar lleno de “síes”, de no importarme por los roles sino “tomar la pala” indistintamente, de centrarme en lo positivo, de sobreponerme a la adversidad, la actitud de resiliencia, el estado mental de siempre probar mis límites y exigirme más; todas esas cualidades que considero excelentísimas se convierten en auto destructivas cuando entro a la dinámica grupal. La realidad es que dentro de un grupo laboral, el que más se queja mejor la pasa, el que menos ganas tiene de trabajar es el que obtiene la misma remuneración que el resto por el mínimo esfuerzo, el más malgeniado y verticalista es el menos consultado por sus colegas y por lo tanto menos sobrecargado de trabajo, el que nunca puede es justamente el que menos favores le hace a los demás, y lo cierto es que al menos laburador más se lo tiene que ayudar. Y por lo contrario, al que siempre está dispuesto a ayudar menos se le valora el esfuerzo, al que puede mucho y es menos problemático menos se lo asiste, al más trabajador menos se lo remunera en función de su esfuerzo. Esa es la realidad laboral de los grupos de trabajo.

 

Recuerdo que cuando estudiaba en la facultad me causó una conmoción importante el darme cuenta de que los adultos también sentían miedo. Veía como las autoridades de la facultad le temían a una profesora muy prestigiosa y severa. Ahora en mi vida laboral, en el hospital, me provocó una conmoción similar el entender que los adultos también se cansan; la gente que tienen alrededor logra cansarlos.

 

Hace poco empecé a ver el juego de personajes que implica mi yo individual en contraposición a un nuevo yo, el yo grupal. Hace años vengo aprendiendo en las clases de teatro que cada uno tiene muchas máscaras, por ejemplo: la máscara profesional, la máscara familiar, la máscara que una usa con sus amigos, etcétera. Entonces hace no mucho tiempo entendí que necesitaba imperiosamente, por una cuestión de salud mental, una máscara para usar dentro del grupo.

Siempre estoy en guerra contra la masa y esa es mi lucha individual constante. Pero a la hora de pensar en mi nueva máscara, mi máscara grupal, necesito imprimirle ciertas características “bajas” (digo bajas porque había logrado erradicarlas de mi personalidad gracias a terapia psicológica). Características retrógradas que van en pos de la involución. Esta máscara debe quejarse, debe ser menos predispuesta, debe tener el no fácil y el sí difícil, debe ser más serio y sonreír menos, debe poner límites constantemente, debe hablar bruscamente y por momentos elevando el volumen. Debe tener características que no me caracterizan. Yo no soy así pero la masa lo exige; la masa, aquel ente que todo lo corrompe, que todo lo percute. No quiero ser así pero como un mecanismo de defensa y de auto protección necesito parecerme a esa máscara, aunque sea intentándolo desde lo lúdico de la actuación. No me gusta esa máscara pero es la única forma de evitar el abuso y el atropello. De todos modos todavía no logro apropiarme de ella.

 

Claro que no es una victoria de la masa, sino más bien una licencia de lo individual. Aunque siento que en algún punto se ve dañada la integridad. ¿Dónde quedan los ideales? ¿Dónde queda la merito? ¿Dónde queda la superación y el esfuerzo? En lo individual. Si bien los principios no se quebrantan en ningún ámbito, los valores e ideales queda demostrado que sí, se cansan, se agotan.