Dos adolescentes, recién graduados de la secundaria, se
alistaron a tomar decisiones sobre cómo “comenzar” sus vidas.
Uno, pleno de energía, proyectos y ganas dijo: “-yo voy a
construir”. Entonces tomó en sus manos herramientas: el pico, la pala, el
martillo, el serrucho… lentamente fue llenándose de ellas. A la par compró
materiales como arena, cal, madera, cerámicos, aberturas y todo cuanto podía.
Día a día se esforzaba hasta el cansancio, construía y construía; cimientos
amplios, muros anchos y altos, puertas, ventanas, pisos cada vez más altos,
puentes. Cada día la construcción crecía.
El otro adolescente, pleno de energía, curiosidad y ganas
dijo: “-yo voy a transitar”. Y a diferencia del anterior, no tomó en sus manos
herramientas, él se hizo de accesorios. Es así como buscó una mochila y la
llenó con algo de ropa, la cámara de fotos y elementos que tenía a la mano. Sin
pensarlo mucho comenzó a transitar. Día a día recorría mucho, conocía gente,
escuchaba opiniones distintas; pasó hambre, pasó frío, pasó calor, pasó miseria
y lujo; a todo se abrió, todo probó, todo tactó, todo gustó, todo oyó, todo
vió, todo experimentó.
Un día, al ambos cumplir 30 años decidieron hacer un balance;
el que construyó todos esos años decidió hacer una pausa, y el que transitó
todo ese tiempo decidió regresar.
Fue entonces cuando el que había estado transitando dijo:
“-Mucho recorrí, mucho experimenté; se quién soy y quien no, se lo que me gusta
y lo que no, se lo que necesito para vivir y lo que me hará feliz. Estoy en el
momento ideal de comenzar a construir”.
El que por años se había esforzado y casi sin descanso había
llegado a construir su grandeza, estando arriba de su edificio, sobre esos
anchos y altos muros; observó cansado toda su obra. Se merecía descansar y
transitar, era su momento de vivir y disfrutar. Pero amargamente, cayó a la
realidad, toda esa energía y ganas que al principio lo caracterizaban no habían
permanecido intactas. De pronto, como si alguien le sacara la venda de los
ojos, entendió que su momento de transitar había pasado, ya no podía libremente
transitar por el mundo y probar sus sabores, sus texturas, sus olores, sus
temperaturas, sus luces y matices, sus colores; ya no podía libremente
transitar sus caminos, experimentar las personas, sentir lo aleatorio que puede
ser fluir sin rumbo; ya no podía libremente reconocerse a través de un libro,
una charla, un momento, una persona, una mirada en algún lugar perdido del
mundo siendo simplemente un mero anónimo. Tristemente entendió que ya no era tiempo de
transitar sino que era su momento de mantener.
Penosamente, estando en la cima, volvió a ver esos muros
anchos y altos, esos pisos imponentes, esas puertas y ventanas amplias, esos
puentes, esos pasillos, toda su obra… y entendió que eso no era un imperio,
tampoco un castillo, ni una casa… ya no parecía siquiera un hogar. Como quien
mira por primera vez un lugar, vió una cárcel; un lugar sin salida pavimentado por
el miedo a perderlo y no volverlo a recuperar.