Hoy quiero proponer un aplauso para el que te dice: -“¿Te
das cuenta que no me escuchás? Déjame terminar de hablar” cuando en realidad es
él el que viene hace 18 minutos hablando ininterrumpidamente, cual monólogo,
sin respirar ni pestañar, rojo de los nervios y con tono de voz elevado; y vos
estás ahí, tratando de meter bocado pero sin posibilidad alguna hasta que por
fin te das cuenta que el monologuista hace ademán de tomar aire para poder
continuar, entonces, ante tu oportunidad de hilar un pensamiento, mínimo por
supuesto ya que no se te permite más, argumentás con un planteo muy resumido o
una simple pregunta dicha a la velocidad de la luz; pero claro, es imposible,
él termina de tomar aire y arranca sin importarle que vos cierres la idea, sin
embargo vos querés por lo menos terminar esa pequeñez de tu respuesta mental,
entonces levantas a penas el tono de voz y el monloguista, que ya viene con su
estado psíquico tocado porque piensa que discutir es una cuestión muy personal
en la cual su ego está en juego, te dice abruptamente: “¿Te das cuenta que no
me escuchas? No me dejás terminar de hablar”.
Flaco, de las dos horas que estuvimos discutiendo yo sólo
hablé 7 minutos, los 113 restantes hablaste vos y aun así no pudiste hilar un
argumento sin evidenciar que no entendías nada de lo que yo decía. Yo dialogo,
vos imponés tu monólogo, vos sos el que no deja hablar ni tampoco escucha. De
paso te tiro un consejo para tus próximas discusiones, no es necesario que te
pongas nervioso ni te sientas atacado, en las discusiones de adultos, el ego no
está en cuestión, no importa quién tiene razón si es que alguno la tiene, lo
que sí importa, lo que sí sirve, lo que sí vale la pena tener en cuenta es el ver
a las discusiones como el juego de quién hace pensar más al otro. Del choque de
ideas distintas nace la reflexión. Si las ideas no chocan cruelmente hasta
romperse unas con otras no surge ninguna conclusión.
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