Se nos pedía que hablemos de problemáticas que habíamos
experimentado como significativas en la vida del residente.
Muchas veces sentí que la exigencia de la residencia, la
enorme carga horaria y pretensiones sobre compromiso del residente, no eran
hacia el paciente y para mantener viva la humanidad del residente, sino que se
exigía compromiso hacia la burocracia médica, hacia el papel. Es decir, no
interesaba la relación que pudieses lograr con el pacientito y su familia sino
que importaba que terminaras de escribir todas las historias y firmes todos los
egresos hospitalarios en tiempo y forma. Ningún superior reta porque no
lograste una buena relación con el paciente, ni te aconseja de qué forma lograrlo
ni te brinda estrategias; pero sí te retan cuando demorás más de lo esperado en
la realización de todo el “pepelerío” hospitalario. Sos un buen residente
cuando sos rápido, no cuando sos humano.
Otra cosa que no deja de llamarme la atención es la gran
cantidad de formas que hay de hacer las cosas, todo tiene una liturgia propia.
Desde la forma en que se escriben las enfermedades actuales en la historia
clínica, hasta la forma en que se habla con los padres. Todo parece salido de
un protocolo que no deja un mínimo lugar a la creatividad y personalidad propia
de cada residente. Visto desde afuera pareciera como si al entrar a la
residencia uno va perdiendo personalidad, va perdiendo particularidades y
singularidades, para homogeneizarse con el resto. Finalmente, el cómo se habla,
el cómo se escribe y el cómo se mueve uno termina siendo indistinto de cada
residente, nos convertimos en masa. Y vale aclarar que no me refiero a normas y
protocolos de diagnóstico y tratamiento sino a los pasos que se siguen a la
hora de completar algún documento médico o dirigirnos a los padres o pares. Me
parece que un sistema que no respeta, incentiva y hasta fomenta la creatividad
de sus integrantes es un sistema que falla y se pierde de muchas oportunidades.