Muchas veces en estos años llore en soledad por sentirme poco inteligente; nunca estuve a la altura de la carrera y nunca dejé de sentirme un desubicado. Siendo sincero, esta carrera estuvo demasiado lejos de mi zona de confort, demasiado lejos de mis capacidades intelectuales. Muchas veces le pedí a Dios inteligencia para poder avanzar. Indudablemente fue un “durante” (camino) muy, muy largo… incluso en este momento no puedo creer que finalmente llegó el día. Más que una carrera fue una guerra contra mí mismo; no hubo un sólo día que no pensase dejarla y dedicarme a las ideas que constantemente me invaden la cabeza; todos los días creí que no iba a llegar. ¡Cuánto crecí, cuánto tuve que cambiar!
Si
hay algo que el sentimiento de no pertenecer me dio, y que le agradezco
profundamente, es el haber desarrollado la actitud de “no morir en la
Facultad”. Claramente no fue una carrera corriendo, más bien fue un recorrido
despertándome a la vida, así aprendí mucho más que solo Medicina. Aprendí a
amar la vida y, como dice la frase, la vida me amó cien veces más.
Mucha
gente me decía: “dejá de perder tiempo con tu revista” “¿no te das cuenta que
son pavadas?”. Serían pavadas para la gente pero para mí no. Al fin y al cabo
soy una persona con múltiples intereses, y sinceramente me parecen muy
aburridos aquellos con mentalidad monotemática que nada aprecian y entienden
fuera de lo único o nada que les interesa. “El que solo hace Medicina ni
Medicina hace”, es que la realidad no viene dividida en disciplinas y carreras.
Lo triste es que mientras uno más “compra” y se cree esa división absurda más
vive dentro de la falacia de la caverna con las figuras en las paredes, y menos
vive el conocimiento orgánico, basado en experiencias, fuera de la caverna.
¿Qué es Medicina y qué no lo es?
Por
otro lado, muchos me han dicho que no me comporto como alguien serio o que no
me visto como un adulto y tantas otras superficialidades con las cuales la
gente, pares incluidos, evalúa si vas a ser “un profesional serio y bueno” o
no; porque en el mundo que vivimos lo que importa es que uses camisa, zapatos,
tengas prolijo el pelo y que no sonrías mucho, no importa tu sensibilidad
humana. Deseo que algún día el sistema deje de crear médicos que piensen “como
médicos”, abogados que “se comporten como abogados”, y dejen de uniformar y
esclavizar tanto las mentes de sus productos profesionales. Ojalá algún día los
médicos, los abogados, los políticos, los docentes, los enfermeros, los
ingenieros, y todos aquellos que tienen el privilegio de acceder a un
conocimiento superior, piensen y actúen como humanos.
Soy
un convencido de que el error está en la mayoría y no en mí, y por eso
agradezco todos los días el no parecer médico y sí seguir pareciendo humano, o
mejor aún, sí seguir pareciendo niño; porque gracias a eso seré un médico que
escribe, que es creativo, que ríe, que disfruta de la consulta con sus
pacientes, que sabe apreciar y entender, seré un médico feliz, un humano feliz.
Algo que la gran mayoría de las personas no llega a ser en toda la vida.
Porque
¿cuánta gente vive en pasión? En otras palabras ¿cuánta gente descubrió quién
es y vive haciendo aquello que es? Dentro del ámbito médico es muy fácil ver
que la mayoría es gente quejosa que le encanta renegar de todo pero con poca
iniciativa y creatividad para cambiar y mejorar lo que los rodea. La profesión
está llena de títulos de médico carentes de médicos de alma. Los hospitales
están llenos de trabajadores que no sonríen, están lleno de egos y miserias,
llenos de chusmeríos y gente adulta que se comporta como adolescente. Incluso
en muchos compañeros de la Facultad, uno puede ver que a medida que pasan los
años, se les va hinchando el pecho (se van convirtiendo en “profesionales
serios”), y es así que terminan recibiéndose sin tener un mínimo de respeto y
empatía para con los demás, sin ningún escrúpulo a la hora de pisar cabezas y
ensuciar a otros. Como si el conocimiento los hubiese cambiado para mal; en vez
de darles humildad, empatía humana y curiosidad por todo, los subió al pony del
super héroe médico y les dio soberbia, los hizo creerse superiores y, por tanto
esfuerzo en el estudio, los hizo sentirse con derecho a una vida de lujos en
vez de darles el sentido de responsabilidad por servir a los demás. Nunca dejé
de preguntarme ¿cómo es que si hacen lo que aman no vuelan? En otras palabras:
¿cómo es que si hacen lo que aman no se los ve felices? Nunca lo entendí;
porque cuando uno vive en pasión todo fluye, no hay crítica que te ofenda, no
hay situación que te frustre, no hay excusa que valga para detenerte, no hay
interrupción de la felicidad, no hay lugar para la destrucción ni para el odio;
sólo se vuela, solo sale amor. Ni tiempo se gasta en hablar de los demás, casi
que solo se habla de ideas, pensamientos, proyectos, ganas y soluciones.
Tal
vez sea por eso que gran parte de la carrera peleé contra el "perfil
médico" y tantas otras características del gremio. Sé que durante mucho
las autoridades me vieron como un “bardero”, un “cabecilla”, alguien con
“problemas imaginarios” o alguien a quien simplemente no entendían; aprovecho y
les pido disculpas, tanto a autoridades y trabajadores de la Escuela como a
profesores; les pido disculpas si mis formas de luchar los ofendieron o
perjudicaron. Desde ya que todo lo volvería a hacer, pero por supuesto de
formas menos rudimentarias. Sepan que luché lo que me tocó como pude, como me
salió; con toda mi ignorancia, inexperiencia e inocencia. Es que nadie nos
enseña a luchar; por eso luché como soy. Quiero decir públicamente que la
Escuela de Salud de Olavarría es un lugar lleno de buena gente: Patricia
Telechea, Natalia Giamberardino, el Dr. Prego, Melina Barbero, Gustavo H R A
Otegui, Mirtha Iguiñez, Cecilia Romero, Raul Pitarque, Mabel Pacheco, Laura
Hurtado, Dra. Gonzalez Ayala, Marcelo Sarlingo, Alvaro Dardo Flores. ¡Cuántos
grandes maestros de vida hay en la Facultad de Salud de Olavarría! Gracias por
tanta consideración y buena predisposición, por tanto respeto y ayuda. No me
cabe la más mínima duda de que esta Escuela está destinada al éxito, creo en
este modelo innovador y en lo que me toca le deseo a esta Escuela-Facultad
todas las bendiciones del cielo, todo el progreso y ascenso imaginable en el
camino de la excelencia.
En
especial quiero agradecer al Dr. Carlos Prego, él siempre estuvo abierto a
escucharme y entenderme en mis asuntos religiosos. También agradezco a la Sra.
Mabel Pacheco, sin lugar a dudas su ayuda fue clave; gracias por tanta
humanidad y tiempo que dedicó en mi causa.
Dra.
Ayala, le digo públicamente lo que le escribí en la carta, nada tengo para
reprocharle, sino todo para agradecerle, por tanto aprendizaje en lo
profesional y en lo humano. Sepa que la defiendo siempre que escucho que la
atacan. La considero una excelente docente, fiel a sus convicciones y vocación.
Sólo puedo respetarla y aplaudirla por su brillantez y excelencia. Un lujo de
ser humano que merece mucho más pompa y honor del que tiene. Dudo que alguna
vez llegue a su altura, pero me llena de orgullo haber luchado ante tan digno
oponente.
Gracias
Mariana Catanzaro por acompañarme en la lucha, le agradezco a Dios por habernos
cruzado aquella vez en la calle.
Gracias
Cecilia Romero, llegue a sentirte como si fueses mi mamá de la
escuela. Tu calidez me hizo conectarme con la esencia de la profesión. Siempre
agradezco el haber cursado Salud de la Mujer en tu sala y allí haber conocido a
un ser humano que “ama lo que hace y sí vuela”. Porque así como es un placer
escuchar a un artista tocar con gusto el piano, es un placer verte ser médica.
Gracias
Gustavo H R A Otegui por llenarme de herramientas para razonar, siempre digo
que te siento mi papá de la Carrera. Gracias por hacerme descubrir tanto no
solo de la carrera, sino del conocimiento en general. Es siempre un gusto tener
una charla con vos, alguien razonable que tiene argumentos que te dejan
pensando y que entiende porque alguna vez hizo, cualidades cada vez menos
fáciles de encontrar.
A
quienes por supuesto más agradezco es a mi Papá (Juan José Latorre) y mi Mamá,
ellos pese a poco entender todas mis búsquedas, nunca dejaron de apoyarme y
motivarme para seguir adelante. Entiendo que no es nada fácil tener un hijo
como yo, es admirable el super poder que tienen de nunca ofenderse y siempre
responderme con paciencia. Gracias a mi hermana (Eli Latorre), quien fue mi más
grande maestra en todo lo referente al diseño de mi revista. Amo a mi familia e
incluyo en ella a todos aquellos cercanos que me acompañaron en este recorrido,
Daniel Arauz (gracias por ayudarme en cada una de mis ideas y locos
emprendimientos), Clau Socolovsky y Samu (gracias por adoptarme y tenerme como
un hijo más), toda la gente de la iglesia de Olavarría (Romina Striebeck, Lucas
Oliveto, Sandra Carina Digeronimo de Andreasen, Christian Matias Andreasen,
Joel y flia, Eduardo Andreasen, Vivi Aranda y familia, Jacinta, Cris Ramirez,
Fer, Jere y familia, Carlos Daniel Bustos, Elizabeth Garcia y Carito, Taty
Rincon y Miguel, Esperanza Castillo Bonilla, Clivia Claros de Lamónica y
familia, Gabi, Marisa Grilli, familia Catanzaro, Flavia Rosana Stramessi y
familia, espero no estar olvidándome de nadie), toda la gente de la iglesia de
Balcarce (Irene Cascante, Gabriela Judith Bantar, Patricia Bantar, Mavi Feito
Torrez, Rossana Genta, Cris Yagueddu, Mónica Insua, Andrea Paula Giola, Herman
Daniel Baridon ¡gracias por siempre orar!), Francisco Roca (mi mejor amigo y
compañero de estudio), María Jorgelina Echevarria (mi vecina de oro), Fany
Garrido (mi primera gran compañera de estudio), Marcela Gibert, Mabel Piccini y
Bettina Bernardelli (tres personas que nunca dejaron de hacerme sentir
entendido y apreciado por mi trabajo en la revista y por lo que hice durante mi
paso por la Facultad; como estudiante valoré mucho que tres profesoras rompan
la verticalidad profesor-alumno y me llenen de aplausos), Facundo Maly
(compañero de estudio del último examen), Maria Vigo, Stefi Occhi, Micaela
Corso, Gabriela Rodriguez, Marisol Farana, Coco Urrutia y tanta gente más con
quienes nos acompañamos en este largo camino de aprendizaje y descubrimientos.
Gracias a todos por permitirme compartir con ustedes tantos momentos, gracias
por permitirme conocer sus vidas y abrirse a conocer la mía, gracias por
aceptarme como soy, con toda la infancia y rareza que me caracteriza. Gracias
por hacerme sentir querible y querido todos los días.
Lo
cierto es que este título le pertenece más a todos ustedes que me apoyaron que
a mí mismo; tengo todo para agradecerles, todo le debo a Dios y a esta gran
familia que me dio.
Hace
unos meses, antes de “casi” recibirme, me preguntaron: “¿qué te llevas de la
carrera?”. Poco pude responder en el momento pero mucho me dejó pensando.
Me
llevo todo lo que cambié y soy hoy, todas las batallas libradas y todos mis
errores. Porque así como no me siento alguien inteligente, sí me siento alguien
con mucho coraje y valentía para luchar. Porque ¿qué clase de virtud existe en
hacer lo que creemos correcto únicamente cuando es fácil y cómodo hacerlo? En
la lucha encontré virtud, porque quien no lucha, simplemente muere; quien no
lucha todos los días por sus principios en este mundo corrupto en el que
vivimos, simplemente forma parte de esa corrupción. Y tengan por seguro que
aquel que por nada se la juega, por nada lucha ni se mantiene firme… también
por nada muere.
Y
por supuesto que hubo caídas y errores, de hecho hubo más de eso que victorias
y aciertos. Pero aun así me llevo conmigo todas esas experiencias; porque
cualquiera, o gran parte, llega a recibirse; todos cuentan sus aciertos… pero
no cualquier estudiante de medicina tuvo mis errores durante la carrera en la
cantidad y magnitud que los tuve yo. Dejo en evidencia, cuento y festejo todas
mis caídas (tropezones, raspones, accidentes, derrumbes, catástrofes). Es que
de tanta crisis, tanto hacer, tanto intentar, tanto emprender, tanto luchar es
imposible no caer, no errar. La carrera me convirtió en un emprendedor
compulsivo... vivo siguiendo mis ideas, me acostumbré a realizarlas a todas y
no dejar nada pendiente. Prefiero equivocarme por hacer que por no hacer. Nunca
escatimo esfuerzo en descubrir cosas nuevas, a todo me adapto, me caigo y me
levanto a diario, soy feliz a pesar de los golpes; no le tengo miedo al fracaso
ni al dolor. Desarrollé una felicidad fuerte; es decir, no soy feliz porque mi
vida es color rosa, soy feliz porque me da la cintura emocional para serlo a
pesar de todo, ninguna excusa me viene bien para modificar mi humor.
Eso
me llevo de esta carrera: todo lo que crecí por acostumbrarme a convivir con
frustración y la actitud de hacer las cosas a pesar de la incomodidad, la
dificultad y del miedo. Me convertí en una persona que hoy planearía un festejo
aun sabiendo de antemano que mañana desaprobaría el examen. ¡Adiós para siempre
al miedo a “darse contra la pared”! ¡Adiós para siempre al dejarse lastimar por
los golpes! ¡Viva el error y el aprendizaje basado en experiencias! ¡Viva el
celebrar la vida con todas sus cosas buenas y también sus cosas no tan buenas!
Si
hay algo que dejé en evidencia es que a los problemas los enfrento dando la
cara, sin tener dobles intenciones, sin estrategias ocultas, sin oscuridad,
mentiras ni conventillos; a la vida la enfrento luchando con ganas. Toda la
mala onda que me mandan, rebota en mí y le vuelve a sus dueños. Me alejé del
perfil nefasto de persona que nada hace y, cual licenciado en casi todo, todo
menosprecia y critica y nada ve con buenos ojos; me alejé del perfil de
estudiante que discurre a través de la carrera de forma invisible y que no hace
más que lo mínimo que le corresponde; y me acerqué al perfil de ciudadano que se
involucra en el medio donde se desenvuelve y hace algo. No sé si llegué a ser
“alguien” durante mi paso por la Facultad, pero indiscutiblemente sí hice algo.
Mi voz fue escuchada, mi presencia fue sentida, todos pueden decir que saben
quién soy, cómo soy, qué creo y cómo pienso; todos pueden decir que cumplo lo
que me propongo y que no me importa el precio de mis sueños y mis principios.
Pese a toda mi niñez supe ganarme el respeto de pares y superiores, llegué a
sentir cariño cuando caminaba por los pasillos de la Facultad y me encontraba
con compañeros, profesores, administrativos y autoridades. Esta Escuela me vio
crecer, me vio llorar, me vio derrotado y victorioso, me vio en guerra y en
pasión, me vio crear y esforzarme hasta la estupidez, esta escuela sacó lo
mejor de mí. ¡Qué lindo haber estudiado Medicina en una Escuela! Deseo de todo
corazón que el título de “Facultad” jamás se robe la calidez que caracteriza a
esta casa, a este hogar.
Miro
hacia este largo “durante” y siento orgullo. Me enorgullece sentir que desde
mis formas particulares pertenecí a este hogar; me enorgullece haber llenado mi
espacio no por la excelencia académica, ni por seguir pasos obvios, ni por
llenar zapatos ajenos y mucho menos por asumir un puesto previamente existente.
Me enorgullece haber salido de lo que se espera de un estudiante de Medicina
todos los días, me enorgullece haber plantado bandera fuera de lo ortodoxo y
aun así llegar hasta el final.
No
sé a cuántas personas habré influenciado con mi revista o con mi forma de
pensar y vivir la carrera, pero sí sé que cada vez, con cada nuevo
emprendimiento y actividad, me siento más vivo. Gracias al tanto hacer, al
tanto probar y descubrir, hoy vivo en pasión; vivo con más ganas que miedos,
tengo más experiencias que excusas para contar. Es que cada año que pasa siento
como si viviese con mayor intensidad, como si cada vez viviese más vidas, en
muchos escenarios diferentes y rodeado de muchos maestros distintos de quienes
aprender.
Luego
de tantas experiencias me siento lleno de herramientas para la vida. Y por eso
quiero vivir mi futuro haciendo que cada día cuente, que cada día sea una lucha
por mantenerme íntegro, porque lo que más necesita el mundo no es médicos
sabiondos, ni gente “buenita” que se calla la boca mientras presencia
injusticias. Lo que más necesita el mundo es gente que se levante y se mantenga
firme, “hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y
honrados en lo más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar a lo injusto el
nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como
la brújula al polo; hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se
desplomen los cielos”.
Finalizo
esta etapa más lleno de preguntas que con las que entré, finalizo habiendo
aprendido tanto que ya no siento la necesidad de dejar de aprender. Es que no
es posible estudiar al ser más inteligentemente diseñado del mundo y no
reconocer que hay un diseñador atrás y tener ganas de explorar el resto de su
creación.
El
estudiante de Medicina, en mi definición, es un estudiante de diseño
inteligente. En el estudio de lo morfológico y de lo funcional del cuerpo
humano podemos conocer la mente de un Gran Creador; curiosamente, en ese
entonces nos encontramos con un Ser cuyo carácter dista años luz del modelo
mágico-religioso que la dictadura científica y religiosa hegemónica nos inculca
sobre Él, años luz de las estampitas, las sotanas de oro, los indultos y lo
arbitrario. Dios no es un mago, nada es por magia en nuestro cuerpo, todo tiene
un porqué y es estudiable, y ahí es justamente de donde nace la ciencia (la
ciencia que no caduca, no la pseudo ciencia que financian laboratorios o
depende de paradigmas), del estudio de los fenómenos naturales.
Mucha
gente pretende vivir en una sub-realidad en la cual uno agarra un libro y
recorta cada palabrita con tijera, se sube a un helicóptero y tira todos los
papelitos y tapas desde el cielo, y al llegar al suelo, todo se acomoda en
perfecto orden listo para ser leído. Yo no vivo en esa sub-realidad; es que en
todo el universo hay diseño e inteligencia.
Es
en ese Dios de diseño inteligente en quien creo y espero, a Ese Creador lleno
de razones y respuestas, lleno de inteligencia y sorpresas, lleno de
creatividad, ingenio y poder. Porque de un choque de baldes de pintura no nace
la Gioconda, de un choque de cemento, hierro y vidrio no nace un edificio, de
un choque de autos no nacen nuevos microorganismos. El diseño jamás es
casualidad, la inteligencia tampoco. De la entropía no nace un universo regido
por reglas matemáticas y orden nanométrico.
Es
por eso que respeto al ser más grande del universo más que a cualquier otro
ser, más que a cualquier otra autoridad, más que a cualquier profesora
desafiante, más que a cualquier opinólogo calificado, más que a mi propia vida,
más que a lo que siento en mi corazón y lo que pienso en mi mente. Aun cuando
me duele, aun cuando no entiendo, aun cuando peleo contra mí mismo, te doy la
razón y te alabo. Te amo Dios Creador, de toda prueba que permitiste que pase
aprendí y crecí, todo me sirvió para bien. No me arrepiento de luchar por ti,
no me arrepiento de sufrir a causa de tu Nombre. Siempre fuiste fiel y
cumpliste tus promesas. Te pido que tu poder logre salvarme de mí mismo y tu
misericordia perdone mi constante rebeldía que lejos está de reflejar tu
carácter y ejemplo. Gracias por este recorrido; todo sea para tu gloria, amén.
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