Este mes proponemos un juego que a modo de auto-evaluación te dirá cuán
adulto sos. El indicador es ese clip y funciona así: tenés que tratar de
buscarle diferentes usos. Mientras más usos le encuentres menor será tu índice
de “adultecimiento” y más vivo tendrás a tu niño interior.
Los resultados calculalos teniendo en cuenta lo siguiente:
200 usos distintos: niño de jardín.
100 usos distintos: niño de 10 años.
50 usos distintos: adolescente de 15 años.
10-15 usos distintos: adulto con mínima capacidad de pensar
divergentemente.
Claramente los sistemas humanos y el paradigma materialista han creado
una definición del “ser adulto” que en realidad deja mucho que desear. Pondera
cualidades que no son ponderables y deja de hacer énfasis en otras que son
innatas al ser humano. Entonces, paradójicamente, algunos conceptos se
contraponen y nos parecen excluyentes cuando en realidad son dos caras de la
misma moneda; tal como inmaduro y creativo, adulto y estancamiento, y seriedad
y formalismo inútil. Ser adulto es vestirse con ropa formal, ganar plata,
comportarse como alguien serio y funcionar en el marco de algún empleo o puesto
de trabajo. En contraposición tenemos las facultades distintivas del ser humano
como especie, somos una especie que razona y que tiene por actividad más
elevada la de crear, somos seres con capacidad de invención, de innovación y de
transformación.
Por lo cual uno podría decir; y basados en el estudio que prueba la
disminución del pensamiento divergente a la hora de pensar diferentes usos para
un clip a medida que crecemos; que el pensamiento popular considera el
convertirse en adulto a un estado en el cual nos deshumanizamos, un poco o
bastante.
El problema del adulto es que deja de aprender, deja de cambiar, deja
de sorprenderse y de probar experiencias nuevas. Todo lo contrario a un niño,
quien todo lo que hace es aprender, cambiar, sorprenderse y experimentar su
entorno. Entonces, cuando “adultecemos” estamos marcando el inicio de la meseta,
el inicio del estancamiento, el inicio de la comodidad y el fin del uso de la
plasticidad neuronal. Y por todo esto es que llegamos a la siguiente
conclusión: “adultecer” de ninguna manera es ganar sino todo lo contrario, es
perder.