Toda persona atraviesa por una etapa de divagación en la cual no se tiene idea de lo que se quiere hacer en la vida y cualquier sueño nos conquista y nos hace volar. Obviamente la misma termina cuando descubrimos qué es lo que realmente nos gusta y renunciamos a todo lo demás.
Nomino como “el divagante” a aquel que tiene delirios de temáticas aleatorias sin hilo conector entre los mismos a punto tal de lograr que su constructo mental del futuro esté librado púramente a la suerte del día.
Desde mi punto de vista, el no ver claramente un futuro centrado y ubicado mínimamente en tiempo, espacio y dimensión (temática) le quita productividad al mismo; y lo condena a una dimensión mágica alternativa en la cual el tiempo y demás variables de interés son relevadas a un segundo plano.
“Todo tiene sus pros y contras” dicen siempre, pero con respecto a las características personales yo diría que toda característica es buena en un contexto adecuado.
En cuanto a la divagación me parece sana en el contexto de la objetividad ya que conlleva a la creatividad y aumento de la calidad. Es decir, divagar con rumbo es bueno, necesario y enriquecedor pero no así el divagar sin rumbo.
Es difícil entablar una conversación racional y cronológicamente coherente (tener en cuenta otras conversaciones con la misma persona) con gente grande que habla como típicos niños que un día quieren ser astronautas, otro médicos y otro futbolistas. Me molesta mucho la desorganización mental y sobre todo la ausencia de un proyecto individual.
¿Cómo se camina sin rumbo? ¿Cómo se llega a la meta si no se corre sobre el camino? ¿Qué meta se quiere alcanzar cuando se cambia de carrera constantemente?
Ante los divagantes carentes de dirección no puedo más que escuchar sus delirios de grandeza randomizados y alimentarlos hasta la estupidez.
¡No vengas con grandeza de ‘mentirita’ a un soñador experimentado como yo!