Elegí Pediatría porque no me interesa en absoluto el mundo
de los adultos. No me interesa la mentira, la murmuración, las risas falsas, la
no transparencia y el juego de egos. Siempre digo lo mismo, los niños se portan
mejor que los adultos, en los niños encuentro mayor madurez que en los
adulterados por la adultez.
En el contexto de la residencia “conocer a un paciente” es
conocer sus números, es decir, los valores de sus laboratorios y los resultados
de sus estudios. Uno conoce al paciente cuando puede recitar cual concurso de
memoria largas listas de números. Es así como se desestima la calidad del trato
médico-familia. No importa que entables un vínculo con el pacientito, importa
que evoluciones a los 10 pacientes y des todas las altas antes de las 12. No es
relevante que las evoluciones parezcan versos que no se condigan con el día a
día de los pacientes y que sean textos ininteligibles. No es relevante que
logres que el pacientito te invite a jugar con él, o que al irse de alta quiera
volver al hospital a saludarte y charlar con vos.
En este contexto efímero es en cual se mide y evalúa el
compromiso del residente.
Desde que ingresé a la residencia de Pediatría cada día me
siento un poco más lejos del pacientito. Al ir avanzando en las rotaciones me
doy cuenta de que el compromiso que se nos exige (en tiempo y cantidad de
evoluciones) es hacia la burocracia médica, nunca hacia el paciente.
Entonces, hago un minuto de pausa existencial, intentando
observar como quien mira todo desde afuera, y me doy cuenta de que aquellos que
se autoproclaman abanderados del compromiso, son personas a quienes
personalmente no me gustaría parecerme en ese aspecto. Personas que cumplen un
horario, que no se los ve felices con sus pacientes, que solo se los ve
apasionados al estar sentados en el office, a puertas cerradas, hablando
infelicidades de otros servicios y familiares de pacientes. No puedo admirar y
querer parecerme a alguien cuyo “gran compromiso con el paciente” no le alcanza
para animarse a ponerle la firma a una evolución, ni a las evoluciones de
semanas de internación. No puedo admirar a personas que no dejan de mirar el
reloj ansiosos de que la aguja chiquita llegue al 12 y entonces estén habilitados a salir corriendo. No puedo admirar a una persona que al hacer lo que
supuestamente ama, no sea capaz de transmitirte ese amor y no te inspire a
amarlo también.
El día que conozca a un adulto que NO sea una decepción, ese
día voy a creer en la adultez. El día que conozca a un superior que esté a la
altura de sus propias exigencias ese día voy a creer en el sistema. Hasta entonces
elegiré y defenderé una y otra vez, la niñez y la rebeldía.